La Capilla Real guarda un significativo elenco de obras salidas de la paleta de pintores italianos y españoles de los siglos XV al XVIII. Tienen especial interés las pinturas de los siglos XV y XVI creadas por artistas italianos y españoles con sólida formación en Italia. El patrimonio en lienzos del Barroco es menor aunque tiene alguna obra maestra.
PINTURAS DEL CUATROCIENTOS
Dos maestros, Sandro Botticelli (1445-1510) y Pietro Perugino (h. 1450-1523), nos han legado dos espléndidas pinturas.
La pintura refinada, armoniosa, idílica a veces y siempre de incuestionable poética que personalizó al Botticelli caracteriza la tabla de la Oración del Huerto. Un hábil escalonamiento jerárquico de la composición, apoyado en la disposición del paisaje, permite al artista la deseada ubicación de los protagonistas de la historia. El virtuosismo irrenunciable del dibujo, la calidad y textura de las gamas cromáticas o la armonía absoluta que es ánima del sencillo y luminoso país, se identifican con las maneras artísticas del pintor de Lorenzo de Médicis.
A un maestro de incuestionable talla y definida personalidad artística, a Perugino o alguno de su círculo, debe atribuirse una tabla de singular belleza pictórica y fuerte impronta emotiva, el Cristo, Varón de dolores; su torso desnudo, diseñado con fluidez y precisión, subraya su protagonismo apoyado en la frialdad tonal del verde-fondo y en la sabiduría de los efectos emanados de la iluminación. El realismo de la figura de Cristo refleja un misticismo soñador cargado de lirismo, consustanciales a muchas de las creaciones del pintor de Umbría. La ilimitada soledad e imperturbable silencio se completan con la figuración de su cuerpo extenuado que pareciera próximo a desplomarse.
MAESTROS ESPAÑOLES DE LA ÉPOCA DE LOS REYES CATÓLICOS
Bartolomé Bermejo (h. 1430-1496/98) y Pedro Berruguete (h. 1450-1504) vivieron durante el reinado de los Reyes Católicos. Dos pintores que produjeron sus obras dentro del último tercio del XV, con personalidad artística muy distinta.
De Bermejo se exponen dos pinturas ubicadas en el anverso y reverso de una misma tabla: La Epifanía y la Santa Faz.
En la primera, el pintor, apoyado en la solidez del diseño y en un total dominio de la técnica del óleo, se recrea en la analítica de la realidad: personajes y objetos evocan su fascinación por lo real. La riqueza polícroma y los efectos y de personales inflexiones lumínicas, rubrican algunas delas mejores cualidades de la tabla.
En la segunda, evoca un intenso paralelismo con una de sus obras maestras: la Cabeza del Cristo yacente en el regazo de la Piedad del Canónigo Desplá (Catedral de Barcelona), de 1490.
Entre lo más selecto de la colección de tablas, hay una interesante versión de San Juan Evangelista en Patmos del palentino Pedro Berruguete, uno de los más cualificados precursores de las nuevas maneras pictóricas que alumbrarían el Renacimiento.
Esta tabla de la Capilla Real es una pintura posterior a su estancia en Urbino, donde conoció los nuevos planteamientos estéticos y técnicos de los cuatrocentistas italianos. Junto a su irrenunciable fascinación por lo flamenco acrisola recursos emanados de los italianos.
Entre la abundancia de oros y la fragilidad del paisaje destaca la elegancia, fuerza y veracidad del Apóstol con su túnica roja en actitud de escribir su evangelio, flanqueado por su tradicional símbolo del águila.
PINTURAS DEL RENACIMIENTO
En la parcela pictórica, Pedro Machuca (m. 1550) y Jacobo Florentino El Indaco (1476-1526) dejan vigencia de su buen hacer en el grupo de tablas para el retablo plateresco que hasta 1753 se ubicó en la Capilla de la Santa Cruz. La mayoría de los expertos coinciden en atribuir a Machuca: La oración del huerto, Prendimiento, Descenso al limbo y Ascensión (hoy perdida) y a la paleta de Florentino: Emaús, Santa Cena y Pentecostés. Las pinturas del Descenso al limbo y de Emaús se encuentran expuestas en el crucero de la Capilla.
La historia del Prendimiento se ambienta en un nocturno, matizado por sutiles sugerencias de tenue iluminar lunar, interrumpidas violentamente -en los primeros términos- por la vibrante y poderosa luz de la antorcha, enarbolada por un esbirro, y del brasero ubicado en el ámbito superior izquierdo de la composición. El análisis y efectos de esa luz sobre personajes, espacio y objetos, con riqueza de matices, atrapa la atención del espectador.
La pericia de los planteamientos pictóricos en esta tabla muestran a un artista maduro y con variados recursos técnicos.
En el Encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús aúna el pintor la voluntad naturalista y su fascinación por los valores plásticos; la firmeza del dibujo y una rica opción cromática dan vida a tres vigorosas figuras de modales aristocráticos.
Un espacioso país, resuelto con sólidos elementos naturales y la vibración de la luz crepuscular, corroboran las pretensiones monumentales de la figuración.
En esta tabla, como afirman algunos especialistas, Jacobo Florentino es proclive a lo miguelangelesco.
PINTURA BARROCA
Distribuidos por diversos rincones del templo, los lienzos de esta época son casi en su totalidad obras de la escuela granadina. Abundan las creaciones de escuela, anónimas o de maestros pocos conocidos. El estudioso o el visitante interesado encuentran el aliciente de acercarse a telas de pintores poco afamados o de producción escasa; obras de Francisco Alonso Argüello, Esteban de Rueda, Melchor de Guevara o Jerónimo Cárcel, entre otras, son representativas de este singular legado. Del mismo, presentamos dos obras, una de Alonso Cano (1601-1667) y otra de José de Cieza (1652-1692).
La personalidad pictórica de Alonso Cano, manifestada en sus grandes lienzos para el contiguo templo catedralicio, es capaz también de creaciones más íntimas. La Virgen con el Niño dormido muestra su arte para acercarse a lo pequeño y a lo sutil. Se conjugan en esta tela de singular belleza sabiduría técnica, sensibilidad y lirismo; transmite Cano en este lienzo paz, dulzura y recogimiento entrañables.
Corrección del diseño, riqueza cromática, armonía en las inflexiones de la iluminación, acentuando volúmenes, calidades y texturas, corroboran la profunda poética de la obra.
Una de las más interesantes creaciones de la etapa granadina de Cieza es su San Juan Bautista: su énfasis por acentuar los recursos expresivos y gestuales propios del Barroco avanzado no encubren un marcado lirismo. La modulación de la luz es fundamental en la definición espacial y en sugerentes matizaciones sobre la figura del Bautista. El granadinismo del pintor le implica en esa veneración por lo flamenco tan consustancial a la Escuela; el rojo de la túnica de San Juan es muy sugerente en esta línea.